VERBA MINIMA #9
Orlando Castillo - Miembro del Consejo Consultivo de la CBST - Constituyente por el Sector Trabajadores
2 de noviembre de 2020
En las próximas horas la nación norteamericana decide si se mantiene el actual Presidente o habrá un nuevo inquilino en la Casa Blanca. Tan relevante acontecimiento político está marcado por lo que connotados estudiosos y analistas políticos han caracterizado como la fractura del llamado “sueño americano”.
Tal rompimiento ocurre por la incesante acumulación de reivindicaciones y demandas políticas, económicas, sociales y culturales que han sido menospreciadas, ignoradas e insatisfechas por la élite gobernante. Se trata de la innegable influencia y peso histórico y político del legado de los Padres Fundadores, quienes marcaron a sangre y fuego una visión y concepción de una democracia elitesca, clasista, que deposita en una minoría privilegiada la garantía política y jurídica para controlar férreamente que las decisiones fundamentales no estén nunca en manos de las grandes mayorías. Es decir, que el modelo de democracia ideado por el procerato fundador fue un sistema de control, de equilibrios, de mecanismo electoral donde la decisión del pueblo expresada a través del voto popular no elige quién debe ser el Presidente del país. Por lo tanto la laboriosa construcción filosófica, política, económica e ideológica a través de varios siglos del ideal gringo del llamado “sueño americano” está transitando por crecientes dificultades.En este sentido, el reconocido
intelectual norteamericano Noam Chomsky en declaraciones al periodista Isaac
Chotiner de la revista “The New Yorker” señalaba que “en 350 años de democracia
parlamentaria, no ha habido nada como lo que estamos viendo ahora en
Washington” y a continuación, refiriéndose a Trump, señala que “es difícil
encontrar un Presidente estadounidense que se haya dedicado más a enriquecer y
empoderar a los ultra-ricos y al sector empresarial”. Esta sería una cara de la
moneda. La otra cara es Biden, un burócrata del parlamento con treinta años en
el Congreso, donde fue un articulador de acuerdos y negociaciones que a nivel
nacional e internacional impusieron las condiciones leoninas de los intereses
yanquis por encima de las necesidades tanto del pueblo nosteamericano como de
los pueblos del mundo. Además estuvo ocho años como Vicepresidente de Obama,
siendo por lo tanto co-responsable de todas las guerras que propició el ex-Presidente
Demócrata incluyendo la Orden Ejecutiva que en 2015 declaró a Venezuela como
una “amenaza inusual” para la seguridad nacional de los EEUU. Y también, en
pleno debate Electoral, fue señalado por Trump de estar incurso en hechos de
corrupción en Ucrania que lo involucran junto a su hijo Hunter Biden.
Tenemos entonces las dos caras
de la misma moneda que mañana martes 3 de noviembre será lanzada al aire. Y
podemos añadir la opinión de otro pensador estadounidense, el periodista
económico Eduardo Porter del periódico “Times” londinense y quien también
trabajó en el “New York Times”; este intelectual se refiere a otro aspecto
medular de la sociedad gringa (el llamado “melting pot” o crisol de culturas)
que sirve de corolario al candente escenario electoral de la siguiente forma:
“Estados Unidos es un estado moldeado por el racismo”. Sobre este hecho
cultural, donde gente de diversos orígenes se mezcla, señala que “en cierta
manera siempre ha sido mentira”. Para él, el racismo es “más viejo que las colinas”
y en Norteamérica define dónde puedes vivir o ir a la escuela, cómo te
relacionas con las autoridades y qué acceso tienes a los beneficios de la
ciudadanía. Agrega que el racismo “es el veneno que impide la cohesión social
en Estados Unidos”.
Los ingredientes antes
señalados por ambos pensadores constituyen un peligroso cóctel que está siendo
agitado por los dos candidatos presidenciales y sus respectivos partidos,
repotenciando así un caldeado escenario que se convertirá en una tremenda
presión social sea cual fuere el resultado de las elecciones presidenciales. En
relación a lo anterior es necesario recordar que hace tres meses Trump advertía
que los demócratas preparaban “un fraude” mediante la votación por correo y al
día de hoy ya han votado cerca de 90 millones de personas por este medio.
Igualmente, evadía precisar si aceptaría los resultados en caso que le fuesen
adversos. Por su parte, Biden señalaba el carácter incendiario del discurso del
Republicano que propicia la violencia, al mismo tiempo que refería su tremenda
irresponsabilidad al ignorar la gravedad de la pandemia de COVID-19 que tiene
al pueblo norteamericano en una tremenda emergencia sanitaria.
Es decir, desde hace varios
meses atrás las cartas ya estaban echadas; por lo cual a pocas horas de
iniciarse oficialmente las votaciones, una parte importante de ciudadanos
estadounidenses ya lo ha hecho por correo o presencialmente. El aumento de la
beligerancia y el cruce de insultos y descalificaciones mutuas se ha
profundizado peligrosamente. Trump acusa a los Demócratas y a Biden de
“socialistas y comunistas” y Biden replica que aquél es un verdadero peligro
para la existencia de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, la Casa Blanca
declara que el COVID-19 es “incontrolable”. Entre tanto, los problemas
económicos y sociales se profundizan al tiempo que las protestas y
movilizaciones de calle se tornan violentas, tanto en la actuación policial
como en la respuesta de los manifestantes. Paralelamente, las encuestas,
mediciones y proyecciones electorales no arrojan diferencias notables entre los
candidatos. Y pareciera que entramos al terreno de un posible empate técnico
que califico de catastrófico por lo que implicaría; igualmente lo sería un
final de fotografía donde el margen a favor del ganador sería mínimo. En ambos
casos se carecería de números contundentes, sólidos, y si esto ocurriese así la
decisión final estaría en manos de la Corte Suprema de Justicia. Es el deja-vu
del año 2000 entre el Demócrata Al Gore y el Republicano George Bush hijo,
donde este último es declarado ganador por la Corte Suprema de Justicia
basándose en los resultados parciales del estado de Florida. Por lo tanto, el
voto del colegio electoral de Florida se impone sobre el voto popular del resto
del país. La decisión jurídica se impone sobre la decisión política del voto de
las mayorías. Estas votan pero no deciden, no eligen. La tan cacareada
democracia norteamericana es un sueño, no existe en la realidad, es un fraude.
Y esto es así independientemente de quien gane en las elecciones de 2020.
Decíamos en un artículo
anterior, publicado el 27 de julio, cuyo título era “Trump cuando pierde
arrebata”, que ante tan complejo panorama no queda sino apostar a lo mejor del
pueblo norteamericano para que en un ejercicio de esperanzadora lucidez abra
inesperados caminos a la verdadera y auténtica democracia del pueblo, para el
pueblo y por el pueblo. Si en efecto la crisis del capitalismo es planetaria, y
no se sabe con precisión cuáles serán sus futuros derroteros, está por verse si
en el mero centro de la plutocracia mundial empiezan a encenderse algunas luces
que permitan avizorar un futuro más ajustado al sueño de un mundo justo,
igualitario, donde la vida, el trabajo, el amor, la solidaridad, la paz y la
felicidad sean los signos en el cielo de otro humano destino posible y
vitalmente necesario.
¡UNIDOS NOS CUIDAMOS, JUNTOS
NOS SALVAMOS!
¡POR LA VIDA, LA PAZ Y EL
TRABAJO!
¡HONOR Y GLORIA AL DIGNO Y
HEROICO PUEBLO BOLIVIANO!
¡HONOR Y GLORIA AL DIGNO Y
HEROICO PUEBLO CHILENO!
¡VEN, VAMOS JUNT@S AL RESCATE
DE LA ASAMBLEA NACIONAL!
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